Las etiquetas satinadas de una manta infantil, la tapicería de los asientos de uno, dos, tres, cuatro coches, la lana de un suéter con el dibujo de un burro. El repelús al rozar la piel del melocotón, las uñas tirando de la pintura desconchada de una pared blanca, hormigas muertas bajo los dedos infantiles, chof, chof, chof. Las cuerdas de cáñamo de un columpio que cuelga de un pino y las agujas de ese mismo pino que caen hasta amontonarse en el suelo mientras subo y bajo, subo y bajo, el cielo se mueve siempre. Pétalos de flores que se arrugan, la resina pegajosa que se seca en la corteza de los árboles, la piel granulosa de las naranjas. Plastilina. Tizas. Polvo de Cola Cao. Algodón de azúcar. Serpentinas de colores que se enredan como la vida el último día del año. El chico que me gustaba en el colegio era como la goma de borrar que guardaba en el estuche, mi mejor amiga estaba hecha de tela vaquera, el futuro aguardaba tras el marco metálico y frío de la ventana que acariciaba a diario siguiendo una línea recta. Madera. Plumas. Harina. Aparecen personas suaves que recuerdan a la barriga de las conchas de la playa que me fascinan cada verano, como si no tuviese grabado a fuego en la memoria lo que se siente al deslizar el dedo por el hueco cóncavo; personas ásperas de una forma bella, esas que evocan a las piedras volcánicas; personas con las que se debe tener cuidado porque son como los adornos de Navidad: relucen y brillan, pero están hechas de ese vidrio finísimo que se quiebra en cuanto se cae al suelo. Un día llego a la conclusión de que la sociedad debería dividirse entre la gente que ama el terciopelo y la que lo odia, me ofrezco voluntaria para liderar el segundo grupo. Espuma de mar. Espuma de jabón. Espuma de cerveza. Recorrer lentamente el cauce de un omoplato. Luego, llega la piel de los pies de un bebé, los mofletes hinchados con venitas como carreteras diminutas, la cabeza blanda cubierta de pelusa, las uñas afiladas, los pañales de polipropileno, gasas de colores neutros, lino. Tomates tersos y llenos. Astillas. Crema hidratante. La muerte tiene una textura apelmazada, melosa, compacta; está en mi mano cogiendo su mano. Las hojas de los libros, el pulgar rozando los bordes de las páginas que vendrán; papel más fino, papel más grueso, papel más granulado, papel más satinado, papel y papel y papel. Nieve. Pinturas acrílicas en los dedos. El maravilloso botón metálico de mi maravillosa cafetera que hace el maravilloso mejor café del mundo. Lijas. Monedas. Guijarros. Las teclas desgastadas del ordenador. Sábanas blancas de algodón. Un gato con el pelaje sedoso, otro más seco. Leña. Tierra. Flores. Hierba en la mejilla. Lágrimas ingobernables que llegan y se van como días de lluvia, quién sabe si en otra realidad son estriadas, esponjosas o escaroladas. Los surcos curvos de un fósil de amonita bajo dedos curiosos que viajan al pasado. Cabello trenzado. Mi cuerpo: cicatrices rugosas en las rodillas por caídas en bicicleta, cuatro lunares, uñas quebradizas, nudillos secos, estrías, pieles muertas. Hurgar en una uva hasta palpar y sacar las pepitas; ¡mira, son minúsculos corazones torcidos! El deseo de tocarlo todo cuando entro en una tienda donde pone «no tocar». Piedras en las plantas de los pies al bañarme en un río, el agua fresca fluye y fluye alrededor, nada se detiene nunca, el paisaje cambia cada segundo. Cuando se trata de las hojas de los árboles, les digo: «toca esta, toca esta otra y esa de allá también, ¿notáis lo distintas que son? Lisas, rugosas, fibrosas, aserradas, vellosas. Y atentos a la belleza del esqueleto». Nada como apretar el pan crujiente y recién hecho, aún caliente. Es gelatinosa la estela del deseo. Una mano ahuecada en torno al mentón. Siempre soñar con tocar una nube, la luz del mediterráneo, el fulgor dorado del amanecer, los pensamientos de otra persona. Una mañana de invierno, cerrar los ojos y pensar que todas las vidas son rocas magmáticas que el paso de los años ha erosionado; al acariciarlas despacito pueden percibirse surcos de dolor, vacíos abismales, zonas más suaves, rastros de ternura.
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A veces me da por escribir y dibujar constelaciones, colgarme de la luna, tener alas, buscar el brillo de las cosas intangibles...
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