Vivir en el campo tiene tres ventajas maravillosas: el
silencio, la soledad y poder contemplar la llegada de la primavera. Por aquí se
llena todo de polen, los almendros y las plantas florecen, el zumbido de las
abejas se convierte en una banda sonora constante, la luz del mediodía adquiere
un matiz más cálido, salimos a coger espárragos o flores silvestres y los
paseos de la tarde se alargan cada día un poco más.
Si algo he aprendido durante los últimos años es a
valorar las pequeñas cosas. Creo que el encanto de la vida reside justo ahí,
entre un detalle casi imperceptible y el siguiente. El reto consiste en lograr
verlos en medio del ruido diario. No siempre es fácil.
Hace unas semanas subí una fotografía con Leo siendo
bebé y comentaba que no supe nada sobre eso llamado «la fugacidad de la vida»
hasta que lo tuve a él. Es cierto. Desde que tengo uso de razón me han
obsesionado temas como la muerte o el paso del tiempo, supongo que es una preocupación
(y fascinación) universal. Pero al ser madre se multiplicó por mil. Es decir,
soy ese tipo de persona que se mira al espejo sin fijarse en lo que ve y que,
de repente, un día se da cuenta de que tiene una docena de canas y se pregunta
si han aparecido en unas horas o sencillamente no les había prestado atención
hasta entonces. La cosa está en que, cuando se trata de tus hijos, no puedes
ignorarlo por despistada que seas: en apenas un año lo coges en brazos por
primera vez, lo ves mamar, aprender a sentarse solo, comer sólidos, gatear,
andar o pronunciar sus primeras palabras. Y te preguntas cómo es posible que en
365 días una bolita diminuta pase a convertirse en un ser que camina, ríe y ya tiene
una personalidad marcada, con sus propios gustos y cosas que le hacen gracia o
lo enfadan.
Ahora que me quedan menos de dos meses para conocer a
Axel no dejo de repetirme que tengo que guardar en la memoria cada segundo,
cada instante, cada acontecimiento.
Y me angustia un poco pensar en lo rápido que pasa
todo.
Así que me he propuesto tomarme el verano con calma.
Lo comenté por redes, pero quería avisar también por aquí de que este año (y
supongo que los siguientes) solo publicaré un libro inédito. «Tú y yo,
invencibles» llegó a principios de febrero y, aunque soy consciente de que es
una novela arriesgada y de contrastes, os agradezco el cariño con el que la
habéis recibido. Tengo muchas ganas de seguir avanzando y de afrontar nuevos
retos.
Llevaba desde agosto sin ponerme a escribir en serio y
hace unas semanas me senté al fin delante del teclado sin más distracciones. A
veces tan solo se necesita un poco de soledad para escucharse a una misma y encontrar
el camino que te apetece recorrer. No negaré que tengo dudas (me preocuparía lo
contrario), pero las ganas y la ilusión han regresado.
También he vuelto a leer. Tengo la teoría de que, en
mi caso, la lectura y la escritura van un poco de la mano. Ya he ido
compartiendo por redes los libros que han caído en mis manos, pero quería
destacar algunos: Departamento de especulaciones es muy cortito y me
salvó de una noche de insomnio; se lee solo, aunque es una de esas novelas «sin
masticar», te dan las piezas y ya tú te apañas para hacer el puzle. Admito que
es algo que me gusta. Otra lectura maravillosa fue El olvido que seremos, una
novela biográfica y muy especial que me hizo reflexionar y se ha quedado
conmigo. Los cien años de Lenni y Margot fue esa novela sentimental que
llevaba tiempo buscando y no encontraba: cálida, amable, sutil y encantadora.
Casi tanto como lo está siendo mi actual lectura: El café de los corazones
solitarios. También cayó en mis manos Criadas y señoras: la película
siempre me ha gustado y, aunque es muy fiel al libro y no hay sorpresas, no
quería dejar de leerla. Es una novela reivindicativa sin que parezca un
panfleto (cosa que no soporto), con tres personajes femeninos increíbles llenos
de matices que van dejando un poso constante como miguitas de pan. Más que
recomendada.
Como curiosidad, lo primero que hice cuando terminé de
leerla fue buscar más novelas de la autora, pero, sorprendentemente, Kathryn
Stockett no ha escrito nada desde que se publicó Criadas y señoras en 2009
(después de, por cierto, ser rechazada por más de 60 agentes literarios). Lo
mismo me ocurrió cuando quise leer más cosas de M. L. Stedman, la autora de La
luz entre los océanos, una novela que me tocó mucho.
Mi lado cotilla aflora en casos así. Porque, veamos,
¿cómo es posible que dos mujeres con tantísimo talento no hayan vuelto a
publicar? Supongo que hay múltiples factores: la espera hasta que aparezca la
idea adecuada, la presión después de un éxito semejante con una primera novela,
asuntos personales… o quizá sencillamente no han sentido de nuevo ese tirón en
la tripa tan necesario cuando decides embarcarte en una historia.
Anécdotas aparte, no deja de ser una lástima.
Además, a mí me pasa mucho eso de «conectar» con un
autor. Cuando me ocurre, pueden gustarme más o menos algunas novelas, pero es
muy difícil que me decepcione. Y lo mismo al revés, siempre intento no perder
el tiempo con lo que considero que «no es para mí»; en ese sentido, mi
filosofía de vida ha cambiado mucho desde hace unos años. Vamos, que me he
vuelto más selectiva, tengo las ideas claras y no doy tantos rodeos.
Como decía más arriba, estos meses los he dedicado a
la promoción de «Tú y yo, invencibles» y las correcciones de «Otra vez tú» y
«Tal vez tú» (saldrán en julio en bolsillo), y eso ha implicado pasar más
tiempo en redes sociales. No sé si alguna vez he comentado por aquí que tengo
la teoría de que las redes aturden y matan un poco la creatividad, así que
después de cada lanzamiento a mí me toca «desengancharme». Mi truco consiste en
limitar el tiempo de cada aplicación en el móvil. Funciona. En cuanto me alejo
un poco regresan las ganas de leer, escribir, escuchar música, estar más presente…
El otro día en una entrevista me comentaba el locutor
que le entusiasmaba mi blog, pero le llamaba la atención que siguiese
dedicándole tiempo. «Es por gusto», le dije con toda sinceridad, «por gusto y
porque, probablemente, sea el único lugar en el que me dejo ver de verdad». Cualquier
entrada me lleva muchísimo más tiempo que una publicación de Instagram y
las visitas son anecdóticas en comparación. Pero, claro, esto de la
«repercusión» es tan ambiguo y relativo que invita a replantearse unos cuantos
principios.
Me estaba acordando ahora de la noticia que saltó hace
algunos días sobre la periodista Beatriz Montañez, conocida por haber sido
presentadora de El Intermedio y dejarlo todo hace unos años para irse a vivir a
una cabaña en medio del bosque. «Había demasiado ruido en mi vida» comentaba en
una de las entrevistas que he leído. Siempre me han interesado este tipo de
experiencias, que hay muchas y muy variadas. Creo que lo que nos llama la
atención es que alguien que en apariencia lo tiene todo decida romper con esa
vida. La clave está en que ese «todo» tan solo responde a unas «necesidades»
falsas que nos ha creado esta sociedad de la que formamos parte. Somos un
trocito más de esa red que podría considerarse una tela de araña, y qué difícil
debe de ser coger unas tijeras y cortar por lo sano en caída libre, sin saber
dónde y cómo vas a aterrizar porque no nos han enseñado otras opciones.
Lo interesante es: ¿nunca te lo has planteado?, ¿jamás
has imaginado como sería tu vida si decidieses dar un giro completo?, ¿has
echado la vista atrás para enfrentarte a todas esas elecciones que tomaste o los
caminos que no quisiste recorrer?, ¿son tus prioridades reales o fruto de lo
que el entorno y la sociedad espera de ti?, ¿las cosas que tanto te importan lo
merecen, hasta el punto de generarte ansiedad, dependencia o agobio?, ¿eres
feliz?