Rastros de tinta




Hace poco anunciaron la muerte de Carlos Ruiz Zafón y reconozco que me afectó. Es curioso que, en ocasiones, nos toque tan de cerca lo que les ocurre a personas a las que ni siquiera conocemos, pero es que, al final, en toda expresión artística permanecen las huellas de su autor; quizá no hemos compartido con él un café ni una charla, pero al abrir un libro, pasar las páginas y sumergirse en ellas, se crea un vínculo, una conexión fugaz (o eterna, en algunos casos). Esconde cierta magia pensar en el hecho de que alguien deje algo plasmado sobre un papel y otra persona lo recoja y se lo guarde en la memoria.

Yo lo hice con él. Ahora no dejo de pensar en aquellos días tan lejanos: tendría unos dieciséis años cuando leí por primera vez a Zafón. Recuerdo hacerlo en mi antigua habitación, esa que estaba decorada con pósteres, peluches y un corcho lleno de fotografías de mis amigos. Entonces, ya escribía. Eso sí, el resultado era terrible. Pero lo que es coger un bolígrafo y plasmar en el papel ideas y reflexiones, es algo que hago desde siempre, no solo relatos cortos o historietas, también era de esas personas que escribían fielmente en su diario y volcaban allí sus preocupaciones y pensamientos del día a día (me parece una técnica maravillosa para meditar y conocerse a una misma, debo añadir. Por no hablar de lo divertido y vergonzoso que es leerlos años después).

El caso es que leí a Zafón cuando aún era una adolescente y me fascinó. Junto a él, caminé por las calles de Barcelona, visité el Cementerio de los libros olvidados y conocí a Daniel Sempere y a Julián Carax. Y me maravilló que el viaje pudiese ser así de bello. No se me ocurre otro adjetivo para describir la sensación que tuve al darme cuenta de que, juntando unas palabras con otras se pudiese lograr un resultado tan poético y envolvente. Más allá de la historia que contaba entre sus páginas, a mí siempre me trasmitía calidez y nostalgia, pero, curiosamente, en esa luz también había oscuridad. Una oscuridad que se hizo mucho más palpable en su siguiente novela El juego del ángel, quizá la menos halagada por algunos lectores y, sin duda, mi preferida. No recuerdo cuántas veces habré releído las últimas páginas y reflexionado sobre ellas, pero sé que pronto lo haré de nuevo.

Una de las frases más míticas de Zafón decía así: “La única manera de conocer realmente a un escritor es a través del rastro de tinta que va dejando, que la persona que uno cree ver no es más que un personaje hueco y que la verdad se esconde siempre en la ficción”.

Y últimamente he pensado mucho en esto.
¿Qué dejamos de nosotros en cada novela, en cada publicación de las redes sociales, en cada entrada de un blog y cada lugar donde depositamos un puñado de palabras?
En consecuencia: ¿qué nos llevamos de lo que plasman los demás?

Yo de Zafón me llevo dos de las cosas más importantes de mi vida. En primer lugar, el impulso de escribir. Eso se lo debo a sus palabras, sin duda. Y, en segundo lugar, a J. Sonrío mientras recuerdo el día que nos conocimos de madrugada en el paseo de la playa y, entre un par de cigarros y miradas curiosas, de pronto dijo: «A mí también me gustan los libros, ahora mismo estoy leyendo La sombra del viento». Y, claro, me enamoré. Tiempo después, le leí las últimas páginas en voz alta mientras hacíamos un viaje en coche.

Qué cosas. Que alguien no sepa de tu existencia y que, en cambio, te haya cambiado la vida. Será porque, desde mi punto de vista, el arte consiste en sacar algo de dentro hacia fuera. Dejarse ver, en esencia. Y conectar. Nada como conectar. Me gusta imaginar este mundo habitado por millones de personas como una de esas paredes que aparecen en series tipo CSI siguiendo una investigación: todo está unido entre sí, las emociones son el hilo y nunca dejamos de coser remiendos en nuestros vacíos.

Justo en estos momentos estoy leyendo a ratos Una habitación compartida, el libro recoge entrevistas a diferentes autoras que, en su día, Inés Martin publicó en el ABC. La de Elvira Navarro creo que es una de las más polémicas y, aunque no estoy de acuerdo con todo lo que dice, algunas reflexiones me han parecido muy interesantes. Cuando le pregunta si la escritura surge de la luz o la oscuridad, responde: “El conflicto genera discurso. Cuando uno está bien, no necesita generar discurso. Y aquí casi me salgo de la literatura: cuando más hablamos, es cuando tenemos un problema. Se puede decir de casi todos los autores que hay recurrencias, pero es que esas recurrencias no son una repetición porque sí, sino porque estás intentando asir algo, ir hasta el fondo del asunto, dar la mejor versión de eso que quieres explorar”.

Me pareció una reflexión interesante.
Reconozco que a ratos me preocupa el asunto de las recurrencias, hasta que me paro a meditarlo a fondo y comprendo que todos los autores dejamos en nuestra obra ese rastro del que Zafón hablaba, como si fuese la baba brillante de un caracol. Hay algo profundo e interno que siempre tira con insistencia hacia aquello que nos persigue. Y no importa que sea un tema que ya hayas tratado en otras ocasiones, porque es fácil encontrar otra idea o enfoque desde el que abordarlo, una exploración más a fondo ¿quién sabe? En mi caso, he dejado de luchar contra esas cosas que acaparan mi atención: la búsqueda de uno mismo, la pérdida y el duelo, el aborto, las drogas y la oscuridad, o las emociones; sobre todo, el amor.

Y me quedo también con otra respuesta de la entrevista que la autora le hace a Rosa Montero“Todos los libros te enseñan algo, te curan, gracias a ellos puedes vivir. No escribes para enseñar nada, sino para aprender, y de hecho aprendes, sabes que eres mejor que antes de escribir el libro. En ese sentido, todos los libros son un poco redentores, redentores de agujeros tuyos, de miedos...”

Lo que está claro es que caminamos por la vida dejando pedacitos de nosotros mismos; a veces, ni siquiera lo hacemos de forma intencionada. Pero ocurre. Muchos pasarán de largo, pero, quizá, alguien se pare a recogerlos, mirarlos, pensarlos; es posible que hasta decida guardárselos y compartirlos más adelante con otra persona.

Y así, supongo, es como uno termina siendo inmortal.



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