De recuerdos, libros y etiquetas.


Tenía unos trece o catorce años cuando vi en el quiosco uno de esos coleccionables que antes eran tan habituales al llegar septiembre. Me llamó la atención el color llamativo de la primera novela y me la compré. A la semana siguiente, volví a por más. Eran unos libros de estilo chick lit, aunque por aquel entonces no tenía ni idea de que eso existía ni tampoco me hacía falta saberlo. Eran divertidos, románticos y estaban protagonizados por mujeres.

Si recordáis este tipo de colecciones seguro que sabréis que al principio estaba regalado de precio y luego se incrementaba hasta alcanzar su valor real.  Como con la paga no me salían las cuentas, estuve rogándole a mi madre que por favor me los comprase y terminé convenciéndola, cosa que no fue nada fácil porque tuvo que llegar a esconderme los libros de Harry Potter en el altillo del armario a cambio de que estudiase más (esto nunca se me dio demasiado bien, no voy a mentir). La cuestión es que semana a semana fui empapándome de todas las novelas. Mi madre siempre me preguntaba que cómo era posible que a esa edad me interesase por historias que se centraban en los problemas laborales, en la maternidad o en asuntos con los que, ella que tenía treinta y tantos, se habría podido identificar más en ese momento. Yo no tenía una respuesta para ello, solo sabía que me encantaban, y que me emocionaba y me reía leyéndolos. A veces iba a la cocina (mi madre y yo siempre hablábamos en la cocina cuando vivía en casa) con el libro en la mano y le leía algún párrafo que me había gustado especialmente antes de destriparle la novela entera.

Me los leí todos. Gracias a esta colección (os dejo una foto) cayó en mis manos El diario de Bridget Jones (lo he releído muchas veces), descubrí a la maravillosa Marian Keyes (recuerdo con especial cariño Rachel se va de viaje y Lucy Sullyvan se casa). También me encantaron dos libros de J. Lloyd y E. Rees, Finalmente juntos y Juntos otra vez. Y la genial Jane Green, con Líos, libros y más líos y Nadie es perfecto. Había muchas más novelas, unas mejores que otras, pero en conjunto guardo un buen recuerdo y aún sigo teniéndolas en la estantería de mi vieja habitación (confieso que los que más me gustaban los tengo en otras ediciones en mi casa actual).

Luego llegó otra época y no volví a leer romántica hasta muchos años más tarde. Pero una de las cosas que me sorprendió descubrir cuando me metí más en este mundillo de los libros, era que esas novelas se consideraban chick lit y tenían fama de ser superficiales o frívolas. Me informé algo más cuando escribí la Serie Tú y, ya por aquel entonces, viendo cómo algunos lectores catalogaban esos libros, empecé a preguntarme qué diferencia había entre una comedia romántica, una novela romántica a secas o una novela chick lit. Hoy en día, confieso que sigo sin tener la capacidad para ver la diferencia y no sé si tiene algún sentido tener que hacer tantas distinciones, porque ya he dicho en varias ocasiones que me pasa un poco lo mismo entre mis novelas new adult y las demás, pero el caso es que volví a pensarlo de nuevo porque hace poco terminé de leer la última de Marian Keyes, Una pareja casi perfecta, que va sobre un matrimonio en crisis que decide separare un tiempo. También ahonda en el aborto, en las dificultades laborales y las relaciones familiares, en si realmente somos tan perfectos y correctos como pensamos, en que cometer errores es humano y en el perdón y el amor.

Recordé esos libros que leí de pequeña y me di cuenta de que muchos trataban temas similares (no todos) y que en el fondo tenía sentido que me hubiesen interesado desde siempre. Y buscando información sobre la próxima novela de la autora, di con esta entrevista que le había hecho la revista Telva y en la que decía algo que me pareció muy interesante: “Si un hombre habla sobre otros hombres se trata de literatura. Si por el contrario una mujer escribe para mujeres estamos ante subgéneros ligeros como el chick lit. No se nos considera narradoras serias de la realidad”.

Últimamente estoy muy casada de las etiquetas. Mucho. Y también de las preguntas estúpidas. Por poner un ejemplo, con la publicación de la bilogía por primera vez tuve que hacer una ronda de entrevistas a medios que se interesaron. Lo curioso es que en varias ocasiones me preguntaron lo siguiente: ¿Te molesta que te consideren autora de novela romántica? Lo miré atónita y podría haberme quedado en blanco perfectamente, porque tiendo a ponerme muy nerviosa en situaciones así, pero por suerte me salió la voz y le contesté que por qué iba a molestarme algo evidente y, luego, hablando con el hombre más relajadamente, le pregunté si a un autor de novela negra le haría la misma cuestión. Se quedó pensativo y finalmente admitió que no y que no se lo había planteado de esa forma.

El caso es que pienso que las palabras de Marian Keyes es ese artículo son muy ciertas. Y, además, es realmente molesto que las editoriales se esfuercen tanto en ocasiones por resaltar que esas novelas son «solo para mujeres» o cualquier otra cosa que reduzca su público y aumente los prejuicios, cosa que no entiendo. A J le recomendé que se leyese una y le pareció muy divertida. Esto no ocurre al revés. Y tengo la sensación de que, cuantas más subdivisiones hay, peor es para todos. Un hombre escribe una novela y puede leerla cualquiera; mi abuela, mi novio, tú o yo. Pero si una mujer escribe un libro empezamos con «para mujeres», seguimos con «para mujeres treintañeras» y acabamos con «para mujer treintañeras a las que les guste beber zumo de coco y tengan un loro». No, mira: es una novela igual que la del tipo que está en la mesa de al lado. Si te llama la atención la sinopsis, dale una oportunidad. Hoy en día puedes leer los primeros capítulos en la web de las editoriales, en Amazon o echarle un vistazo en la misma librería. Si te gusta, genial. Y si no, la vida es así y a la próxima habrá más suerte y acertarás.

Por cierto, (y ya que hoy tengo un día raro), otra cosa curiosa de algunas entrevistas es cuando comentan algo del estilo: “pero no es solo una historia de amor, porque también hablas de la pérdida”. Es ridículo que desde fuera se siga pensando que las novelas románticas se centran exclusivamente en él, ella y su amor. Por supuesto que ese es el eje principal, pero siempre hay más, claro que hay más. A veces temas duros y otros más cotidianos o sencillos, eso depende de la historia, el tono y lo que quieras contar, pero lo asombroso es que mucha gente aún no lo sepa ni vaya a saberlo jamás por no darles nunca una oportunidad. Así que, en serio, no hagáis caso de tanta etiqueta que solo encorseta y excluye, no hay nada como leer de todo sin prejuicios ni limitaciones.

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