Hasta
que no me he sentado delante del ordenador a escribir esta entrada no me he
dado cuenta de que llevaba mucho tiempo pensando en todo este asunto sobre el
trabajo, la maternidad, la conciliación, hasta qué punto nos afecta a las
mujeres y cómo podemos cambiar las reglas.
El
otro día, cuando anuncié que en febrero sacaría nueva novela, me llegaron un
montón de mensajes preguntándome sobre cómo me organizaba para escribir con el
enano y ser tan productiva. En general, es una cuestión que encuentro
semanalmente al revisar los privados. Me hizo reflexionar. A veces también
parece sorprender que lea libros, vea series o, en resumen, tenga vida más allá
del hecho de ser madre.
No
niego que la maternidad es absorbente. Lo es. Tampoco niego que el concepto
«tiempo libre» se estrecha hasta límites insospechados. Pero, pese a todo esto,
creo que es fundamental que una no se olvide de sí misma; no es egoísmo, es la
prevalencia de la propia identidad. Hay etapas, claro. El día que coges a tu
hijo en brazos comprendes que nunca podrás querer tanto a ningún otro ser
humano y todo se reduce a esa personita; durante un período, tuve la sensación
de que el resto del mundo había desaparecido y de verdad que podría haber caído
un meteorito a dos metros de casa y yo habría dicho «paso de ir a verlo, estoy
demasiado ocupada mirando esta maravilla que tengo en brazos».
Mi
hijo nació en noviembre de 2018. No volví a escribir en serio hasta el 1 de septiembre
de 2019. Lo del día 1 no es casualidad, sino algo relevante: me puse un límite.
En el fondo, sabía que necesitaba volver a poner en marcha mi mente después
de meses adormecida. No fue fácil, casi como un mecanismo que tiene que ser
engrasado de nuevo, pero lo hice. Esta frase de George Bernard siempre me ha gustado: «La imaginación es el principio de la creación. Imaginas lo que deseas, persigues lo que imaginas y finalmente, creas lo que persigues». En casa nos dividimos la crianza y las tareas
del hogar de la forma más equitativa posible, así que, al principio, llegamos a crear un
«sistema de repartición del tiempo». Yo usé mi tiempo correspondiente para documentarme, leer y escribir hasta que terminé esa novela. Fue un reto personal.
Y
esto me lleva a otro punto importante: no creo en la inspiración, sí en el
trabajo. En mi caso, escribir lo es y me lo tomo en serio, así que procuro
dedicarle varias horas diarias de lunes a viernes. En 2018 y 2019 hice un
proyecto por año, pero este 2020, quizá gracias al confinamiento y algunos hábitos, logré terminar dos.
Los
hábitos, como comentaba, son importantes.
Y la
maternidad me empujó a hacer cambios.
Por
ejemplo, ya no se me pasa por la cabeza la posibilidad de quedarme hasta las
cuatro de la madrugada escribiendo; de hecho, desde junio me prohibí encender
el ordenador por las noches o dedicarles tiempo a las redes sociales y, hasta
la fecha, estoy orgullosa de haberlo cumplido. Además, las tardes son para jugar y disfrutar en familia. Otra cosa que ha cambiado es mi relación
con eso, con las redes: voy justa para actualizar las mías y responder
mensajes, así que intento no perder el tiempo innecesariamente. Es un ejercicio
fácil: revisa las horas del móvil que has dedicado semanalmente a mirar
contenido e imagina todo lo que podrías haber hecho con ese tiempo. Ojo, las
redes sociales son una parte fundamental del trabajo y las necesitamos para llegar
a los lectores, tienen muchas cosas buenas y seguir cuentas que te aporten
puede ser muy enriquecedor, pero no hace falta entrar veinte veces al día ni que
Twitter se convierta en tu segunda casa. A no ser que tengas tiempo para ello,
claro; al final, es evidente que todo es cuestión de elecciones y prioridades.
No
distraerse es fundamental y la mejor manera de sacarle provecho al poco tiempo
del que una disponga. Cuando me siento delante del ordenador, procuro tener el
móvil lejos (sobra decir que no tengo ninguna notificación activada nunca). De
hecho, si estoy hablando con alguna compañera y una de las dos va a ponerse a
trabajar, nos despedimos con un «cuando acabes avisa y seguimos», porque
entendemos que esa hora (o el rato que tenga) es importantísimo y ya
divagaremos en cualquier otro momento.
Hace
años leí una entrevista de Susan Elizabeth Phillips en la que hablaba de su
forma de trabajar y me resultó muy inspiradora. Lo hacía tres horas diarias, de
lunes a viernes. Eso sí, con un cronómetro al lado. ¿Por qué? Pues por las
mencionadas distracciones. Si la llamaban por teléfono, paraba el cronómetro y
volvía a activarlo cuando se sentaba de nuevo. Porque al final, ¿qué sentido
tiene pasar ese tiempo delante de la pantalla del ordenador si la mitad estás
mirando una mosca y la otra mitad echándole un vistazo a las tendencias de
Twitter? Para eso, casi mejor tomarse el día libre y disfrutarlo como es debido.
Y,
por supuesto, está de más decirlo, pero escribir es mi trabajo. Qué menos que
ser profesional y dedicarle el tiempo que se merece. Respecto a esto, os
contaré una anécdota: cuando mi chico y yo decidimos hace casi una década que
queríamos montar una empresa y trabajar desde casa, nuestros conocidos se
llevaron las manos a la cabeza porque, claro, no era algo seguro, no era
estable. Logramos sacarlo adelante con esfuerzo (muchas horas e infinitos
quebraderos de cabeza). Pero, por aquel entonces, una de las cosas que me
sorprendió fue que la gente que nos rodeaba pensaba que teníamos todo el tiempo
del mundo para quedar a tomar un café, charlar por teléfono o dar una vuelta,
porque, «total, si estáis en casa, ¿no?» Me di cuenta de
que tenía que conseguir que los demás respetasen mi trabajo y la única forma
que se me ocurrió fue, en primer lugar, haciéndolo yo misma. Esto no significa
que no me haya equivocado muchas veces y que, ahora, con la experiencia y
echando la vista atrás, tenga claro que haría cambiaría cosas, pero, para que algo
funcione, no hay nada tan fundamental como tomárselo en serio.
Volviendo
al comienzo de esta entrada, la maternidad te cambia la vida, sobre eso no hay
discusión. El otro día leía una entrevista de Patti Smith en la que comentaba
que en su día la criticaron por mudarse a Detroit con su marido para cuidar de
sus hijos. Pero luego decía: «Hay que dar muchos pasos para conseguir ser
libre. Se es porque uno se cuestiona cada decisión (…) Ser madre no me oprimió.
Pero entiendo que a otras personas pueda sucederles. Para mí el sacrificio es
parte de nuestra evolución como seres humanos. Cuando uno se sacrifica, crece».
Y me gustó leerla, porque creo en eso: el sacrificio, el esfuerzo, la
dedicación por las cosas que te importan. En la vida se presentan épocas más
duras y otras más ligeras, como un gráfico lleno de picos y bajadas, pero incluso
en medio del caos creo que es importante no perderse y luchar por lo que queremos. Siempre dentro de las posibilidades de cada una, claro está. A lo largo de estos años, he dicho que no a varios proyectos, he aplazado otros y, como conté en verano en esta entrada, he aprendido a gestionarme.
Así
que sí, intento sacarle partido al tiempo del que dispongo y, dentro de las
limitaciones, darme pequeños placeres. Puede ser cualquier cosa: trabajar, leer
un libro, ver una película, ir a hacerme las uñas, ducharme sin prisas, quedar con
alguien, dar un paseo por la montaña o tomarme un café a solas y pensar en mis
cosas. Quizá suene tonto, pero cuando hablo con otras amigas que son madres todas
coincidimos en el valor que ahora le damos a estos actos en apariencia pequeños.
Y cuando hablo con otras tantas que llevan encima toda la carga de la
maternidad, me entristezco al comprobar lo poco que hemos avanzado, porque si
algo he aprendido es que los grandes cambios, esos que están en boca de todos, comienza dentro
de cada hogar, durante el día a día, y debería reivindicarse más.
Como
curiosidad, este ha sido el año que más he leído desde que tengo uso de razón.
No es broma, no. He pasado los cincuenta libros. Y me hizo reflexionar porque,
fíjate, antes tenía todo el tiempo del mundo y, claro, me importaba menos y lo «gastaba»
en cualquier cosa. Que, no nos engañemos, sigo teniendo mis días de «no me
apetece hacer nada excepto quedarme en el sofá como un calamar», y hay semanas que pasan como un pestañeo y en las que te lías entre médicos, papeleos y tareas diversas que nunca consigo recordar aunque siempre estén ahí. Pero el hecho
de que me limiten esa ventana de ocio me ha hecho darme cuenta del valor
infinito de los relojes.
2 comentarios
Hola! me da mucho gusto que estes de vuelta, te recibimos con los brazos abiertos <3
ResponderEliminarQUÉ BONITO :)
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