Llego tarde, pero llego (o eso espero).
Octubre ha sido un mes rarísimo. Una enciende la
televisión y pierde la fe en la humanidad. Entre eso y que la salud no me ha
acompañado, cuesta no verlo todo un poco gris. La cosa es que he ido a medio
gas, he leído poco y a trompicones, y no han sido unas semanas muy productivas.
Esto de «la productividad» daría para una entrada completa, pero ¿a vosotros no
os pasa lo de sentiros fatal cuando no avanzáis? Pues eso. Yo creo que debe de ser alguna especie de «culpa social» autoimpuesta que se suma al agobio
de necesitar varias vidas para hacer todo lo que a una le gustaría. A veces envidio
a la gente que apenas tiene aficiones o propósitos. Es decir, en el fondo no sé
si lo soportaría, pero imagino que esa falta de inquietudes debe de ser como respirar
profundamente sin pensar en nada.
Antes no era así. Me refiero a cuando era adolescente;
entonces, no me importaba pasarme dos semanas en la cama con una gripe o dejar
cosas atrás y seleccionar otras tantas porque sabía que tenía toda la vida por
delante para retomar esos «abandonos». No me malinterpretéis, ahora también,
pero mi forma de enfrentarme a la vida ha cambiado. Últimamente recuerdo a
menudo la frase de Llámame por tu nombre: «Si no es luego, ¿cuándo?»
Quiero hacer varios cursos. Quiero volver a la
universidad. Quiero que me guste el té (sé que solo es cuestión de que pruebe
todos los existentes). Quiero que me apasione el deporte (¿quién sabe? Me queda
por intentarlo con el piragüismo, el chess boxing o el bossaball). Quiero leer
las pilas de libros que se acumulan en mis estanterías. Quiero aprender sobre
fotografía y arte para poder apreciarlo mejor. Y quiero… quiero…
En fin, que no. Que la vida no da para tanto. Pero
hace poco hablaba del tema con una amiga y me dijo: «vale, siendo realistas quizá
ahora no sea el momento ideal, pero lo importante es que esos sueños siguen ahí
y no hay que perderlos de vista».
El otro día leí que el otoño es la época perfecta para
desprenderse de lo que sobra e ir en sintonía con la propia naturaleza. Tiempo
de renovación y maduración. ¿Y la satisfacción de dar un paseo y escuchar el
crujir de las hojas secas bajo los pies? Al enano le encanta cuando salimos a
recoger hojitas de colores y piñas y palitos. A mí el otoño me parece la
estación más nostálgica de todas, aunque es muy inspiradora y reconfortante.
Y, en estos tiempos que corren, nada como quedarse en
casa con una mantita cerca y los gatos alrededor. Este ha sido el mes de The
Boys. Qué maravilla de serie. Puro entretenimiento, no busquéis más. Quiero
confesar que odio las series de superhéroes, así que cuando J me propuso verla lo miré… raro. Él sabe exactamente cuál es esa mirada. Pero, para mi
sorpresa, me atrapó. Es gamberra, divertida, con un ritmo trepidante y unos
personajes geniales. ¿Qué pasa cuando los superhéroes no son tan buenos como
deberían y se convierten en un producto de marketing de una gran empresa? Ahí
lo dejo.
También empezamos a ver Pequeños fuegos por todas
partes. Tuve mis más y mis menos con el libro, cuando lo terminé me quedé
con la sensación de no conocer a los personajes y de que esperaba más. La culpa
fue mía, eso seguro, porque las expectativas en realidad sirven para poco. En
la serie hay muchos «añadidos», pero creo que fue una buena forma de redondear
la trama. Me dejó un poco la misma sensación que la novela: uno de esos casos
en los que piensas que algo te va a maravillar y te deja indiferente.
Libros, libros, libros.
Terminé Detrás del hielo, que no estuvo mal. Y La
trenza me gustó bastante y me sacó de un pequeño bloqueo con la ficción (es
un libro cortito que se lee solo). Pero empecé varias historias que dejé a
medias y al final me refugié en algunos libros de documentación y en la biografía
de Rosa Parks, que fue muy ligerita e interesante, y aproveché los ratos
muertos para avanzar con Escribir ficción, de la escuela Gotham Writers’
Workshop. Todavía no lo he terminado, pero se lo recomendaría a cualquiera a
quien le guste escribir.
Y hablando de esto de escribir…
Me he pasado octubre igual que septiembre: corrigiendo.
No puede decirse que sea la parte más divertida del proceso, desde luego, pero,
mientras tanto he seguido trabajando en la idea de lo que viene y tomando
notas. Hay días en los que frenar el impulso de lanzarme a escribir es más duro
que no asaltar la despensa en busca de la tableta de chocolate que guardo allí.
Pero creo que valdrá la pena la espera. Aprovecho los paseos para escuchar sus
canciones: mi obsesión actual es An Evening I Will Not
Forget.
Me temo que el «cajón desastre» de este mes ha sido tan caótico como mis días de octubre, ¿qué se le va a hacer?, pero no quería despedirme sin dejaros este vídeo y un cortometraje de Nicolas Lichtle sobre este 2020 tan desolador como
bello.
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