Me gustan los personajes imperfectos. Lo admito. Me gusta desear lanzar un libro volando hasta la otra punta de la habitación cuando me frustro porque «¿Cómo puede esa chica ser tan lela y no darse cuenta de que él la quiere aunque sea incapaz de mostrar abiertamente sus sentimientos?» O «¿por qué no dejan de hacerse daño el uno al otro y son felices y comen perdices?». Sí, disfruto. Muchísimo. (Notaréis que estoy hablando de la novela romántica en concreto; no extendamos esto a otros géneros porque, por ejemplo, si fuese el eje central de una novela negra, probablemente dejaría la lectura a medias).
Cuando leo algo RA, me encanta que los personajes posean luces y sombras, tener que hurgar un poquito más allá para entenderlos, que den rabia sus acciones, que a veces me ría con ellos y en otras ocasiones termine llorando. Y para ser más específica, sentir ganas de entrar en la novela, formar parte de ella, gritarles a los protagonistas… ¡Porque eso es precisamente lo que hacemos a todas horas con nuestros seres queridos! ¿Cuántas conversaciones habré tenido a lo largo de mi vida con mis amigos en una cafetería dándole vueltas a un mismo tema, intentando aconsejarles y viceversa? Infinitas. En serio. Porque equivocarnos, tropezar, tener dudas, no encontrar el camino correcto, tardar más de la cuenta en llegar a la meta… eso nos hace humanos. A nosotros y también a nuestros personajes, claro.
La mayor razón por la que en ocasiones he dejado novelas sin terminar no suele ser por la trama, en absoluto, hay pocas cosas que no me gusten y casi todos los géneros me parecen interesantes; pero sí decae mi interés cuando me encuentro con uno de esos personajes planos, perfectos tanto física como emocionalmente. Y os digo una cosa, me creo antes que alguien esté buenorro hasta decir «basta, no puedo seguir mirando que me da un algo», que el improbable hecho de que ese alguien no tenga ningún miedo, ninguna debilidad… Estamos repletos de taras, de errores, de confusión… pero es bonito en cierto modo, ¿no? Que todos tengamos un pasado, un porqué, una perspectiva diferente, experiencias únicas que compartir. Y claro, es toda una odisea intentar plasmar en el papel esa maraña de emociones tan complejas que nos acompañan en nuestro día a día.
Hace unos días pensaba en Alexandr, el protagonista de El jinete de bronce (un libro maravilloso, por cierto). Pensaba en él y en el hecho de que a pesar de ser un poco cabroncete en según qué situaciones, es uno de esos personajes que se quedan grabados a fuego en la mente de la mayoría de las lectoras que han probado las letras de Paullina Simons. Y creo que es precisamente por eso. Porque es un personaje que hace cosas buenas y malas, en una situación extrema teniendo en cuenta que la historia se desarrolla durante la Segunda Guerra Mundial. Alexandr se equivoca y acierta, a veces le amas con todo tu corazón y a veces no puedes evitar odiarle y consolar a Tatiana; pero creo que es el equilibrio, la profundidad, ese «de esta escena no me olvido ni dentro de mil años, joder», lo que crea una unión especial entre el personaje y el lector. Un juego complejo de contradicciones que, además, nos da pie a reflexionar, a enfadarnos y a llorar de alegría. Es decir, no nos mantiene indiferentes y eso es algo que me parece fundamental.
Otra cosa a la que suelo darle mucha importancia (como lectora), es a los pequeños detalles. Me ganan detallito a detallito. Y es que necesito saber cosas de los personajes, cosas tontas a veces, para creer que les conozco. Es evidente que lo más revelador es comprender sus emociones, qué es lo que sienten, etc, pero para mí el extra de saber cuál es su color preferido o si no soporta dormir con la ventana de la habitación abierta, le da cierta redondez, es como si completase los huecos que siempre tienen los personajes ya que, como es lógico, resulta muy difícil que parezcan «reales». El ser humano es tan complejo, pensamos tantas cosas en un solo día… que es casi imposible reflejar todo eso sobre el papel. Bueno, y ya no es que sea complicado, es que sería algo tedioso de leer, vaya. Así que sí, me quedo con los personajes más imperfectos. Y sé que muchos de ellos tienden a caer mal a los lectores (es normal, llaman más la atención, no dejan indiferentes y hay más razones para odiarlos en comparación a otros que no tengan ningún defecto).
Todavía no estoy segura a qué ha venido este post (bueno, sí, a que no dejo de pensar en la novela que tengo guardada en el cajón y lo difícil que va a resultar que su protas sean queridos y comprendidos. Pobres). Pero no quiero despedirme sin antes recomendaros una novela muy especial a todos aquellos que sintáis la misma debilidad que yo por estos personajes difíciles. Hace unos días que terminé de leer El mar de la tranquilidad y os aseguro que la historia os enamorará por sus personajes, por sus formas retorcidas de pensar y actuar y protegerse del mundo que les rodea, Josh y Nastya son muy especiales.
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